La Vanguardia - 14/02/2011 - Francesc Marc Álvaro
La semana pasada fue especialmente gloriosa para las demandas de la llamada Catalunya autonómica. Después de que Zapatero se limitara a decir que saldará una deuda de 759 millones (algo a lo que está obligado por ley) y autorizará que la Generalitat pueda endeudarse un poco más, la vicepresidenta Salgado propuso la gran solución: que los catalanes paguen más impuestos. En medio, el Gobierno central ha pedido al Govern que recorte el gasto previsto más allá del 10% y ha dejado abierta la puerta a que otras comunidades emitan deuda pública mientras confirma que la Junta de Andalucía podrá hacer lo propio con la emisión de 1.700 millones, algo que –a diferencia de lo que ocurre con los planteamientos catalanes– no genera rechazos ni polémicas entre los líderes regionales de las Españas. Mas, al que Zapatero no dijo nada sobre la ocurrencia de Salgado, tuvo que comparecer para que no parezca que, además de estar encantados con todo eso, vamos a sufragar la vaselina.
La españolidad es mucho más cara para un catalán que para cualquier otro ciudadano del Reino. Como explicó muy bien en el suplemento Dinero del 6 de febrero el profesor Carles Boix, “en su mayor parte, el déficit de la Generalitat está directamente ligado al sistema presupuestario del Estado en su conjunto y, muy especialmente, al gravísimo déficit fiscal que tiene Catalunya, es decir a la diferencia entre lo que este país aporta al conjunto del Estado y lo que recibe”. Este experto que imparte clases en Princeton nos llama la atención sobre algo terriblemente esclarecedor: “Las comunidades con un saldo fiscal negativo (Catalunya, Valencia y Baleares) tienen una deuda pública alta” mientras el resto “cuyos saldos son o bien positivos o ligeramente negativos, sufren un endeudamiento mucho menor”. Los territorios ricos se transforman en pobres. La propuesta de Mas de una fórmula para Catalunya similar al concierto fiscal de vascos y navarros busca poner fin a esta sangría, pero nada hace pensar que el futuro inquilino de la Moncloa, sea del PSOE o del PP, acepte siquiera escucharla. La sociedad española pondría el grito en el cielo.
Aquí, mientras Madrid sugiere que nos subamos los impuestos, la presidenta del Parlament entrega un cheque de seis millones que ahorra la Cámara catalana al conseller de Economia, una imagen que da pena porque, en realidad, no es un elogio de la austeridad sino una metáfora provincial de unas reglas injustas. La cosa es, me temo, irreparable porque nos han perdido el respeto. Hasta el presidente de Navarra, que goza del privilegio foral para mantener a salvo el bienestar de sus gentes, se atreve a meter cucharada para recordar al Govern que “no hay que generar agravios comparativos entre autonomías”. Alucinante. Si ser español de Catalunya sale tan caro, que nadie se extrañe de que el negocio vaya perdiendo clientes.
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